Vine a esta tierra hermosa a devolver a su pueblo un hijo perdido en mi patria argentina.
El tiempo transcurrido, y el silencio de quien se mostrara tan interesado llegando a ofrecer una millonada por un dato, para luego desdecirse en las conversaciones privadas sugiriendo de recompensa un par de entradas preferenciales estimularon este desenlace que nunca imaginé.
Realizado el contacto con el señor y sus dimes y diretes, la esperanza se esfumó.
Solo quedó una boca más que mantener. Y bien sé yo lo que sufrí al comprobar que lo "balanceado"-al recurrir a una enciclopedia- era un adjetivo solo para engañar mascotas y animales de granja..
En la primera noche bajo mi humilde techo, le serví en una taza una mezcla improvisada para cotorras.
Ni la miró.
Juan, el veterinario del SENASA que vive a la vuelta de casa, se equivocó.
Un muchacho estudiante de arte me sugirió atenerme a una versión de un clásico.
La solución: una jovencita en condiciones de amamantarlo.
Dio resultado.
Económicamente caro, pero que me permitió conocer a mi mujer actual, veinte años mas joven que yo y ante penúltima nodriza de "azulejo", nombre con el cual lo bautizamos en familia.
Es así que retomando el comienzo de mi alocución digo:
Pueblo hermano en general: ha pasado algún tiempo desde aquel día en que apareció trotando con su cuerno de añil en el patio de mi casa; hoy sin pedir más retribución que vuestro abrazo fraterno os devuelvo el unicornio.
Así sea.
Gracias.
(Si me hubiera enterado antes que su alimentación de preferencia eran los porotos me quedaba con el unicornio)
No hay comentarios:
Publicar un comentario