miércoles, 1 de julio de 2009

Gregorio,el Diablo y la Libertad

Se apareció de pronto. Asomó la cabeza por sobre el tapial y Gregorio casi se muere del susto. Le ofreció una pastilla. Gregorio hizo ademán de rechazarla pero se dio cuenta que los ojos, la  boca  de aquél hombre, la cabeza ladeando a la izquierda, no esperaban un gesto de la mano buscando guardarla en el bolsillo. Entonces Gregorio la metió entre la comisura de sus labios y lo único que se le ocurrió decir fue… "Mentol…"

El hombre bajó y subió la pera varias veces para decir que sí y sonrió primero para terminar riendo a carcajadas. Gregorio entonces llamó a su mujer para que le alcanzara la escalera, pero la música a todo volumen que venía de la cocina hizo infructuoso el pedido. De ahí en mas el Diablo le dijo a Gregorio que se pusiera cómodo porque vería desfilar ante sus ojos a parte de la humanidad (que según él representaban a todo el mundo) en aras de la libertad, distinguiendo donde hallarla por el perfume que de ella emana.

Gregorio no tenía ganas de quedarse ahí colgado y seguía llamando a su mujer para que le alcanzara la escalera.

El diablo hizo esa clase de ademanes al uso de los espectáculos ordinarios en que el personaje Diablo hace contorsiones mientras despliega una capa en abanico. Solo le faltó decir "Señoras y señores, ante ustedes el gran teatro del mundo".

Gregorio no tuvo mas que someterse al requerimiento habida cuenta que su mujer ni asomaba de la cocina y la música se había detenido un momento antes de escuchar el portazo que anunciaba su partida de la casa para efectuar alguna compra.

Y él ahí, sin poder abandonar esa casuela incómoda, trepado a esa pared derruida que mejor papel haría de muro de Berlín en alguna obra alusiva. Animarse a descolgarse, ni loco, ya hubo varios casos de muertos por derrumbe en tal intento.

Solo quedaba mirar a la calle salpicada de árboles hasta volver a escuchar el portazo que denuncie la vuelta de la mujer.

Nada del otro mundo por lo visto. Al principio paseó la mirada por cada rincón de la calle para descubrir desde donde lo vigilaba el Diablo… pero nada.

Y empezó a hacer frío y lloviznar y la casa desde esa altura solo se insinuaba a través de la cortina de agua.

Pasó gente con paraguas y hasta eran más de la cuenta los que iban con hojas de diarios en la cabeza. Sí el diablo creía que Gregorio pensaba que esa gente que caminaba presurosa lo hacía por perseguir la libertad y no otra cosa estaba bien equivocado. Por quien lo había tomado, ¿por un tonto?

Cuando Gregorio estuvo bien empapado recién se dio cuenta que no había mirado nada, como si solo hubiera estado atento al fenómeno meteorológico.

Y entonces se le pasó por la cabeza que algo estaba mal cuando deseó que su mujer se atrasara en las compras y tardara en volver.

Dos ángeles que pasaban por encima de los edificios lo descubrieron colgado de la pared, presurosos le acercaron  la escalera y entonces Gregorio ya no tuvo de que preocuparse. Quiso agradecer el gesto pero los ángeles acostumbrados a rescatar a personas en esos inconvenientes menores no le dieron importancia y fueron volando a recoger a  otros con penurias parecidas.    

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fíjate que deduzco de tu cuento un tema apasionante: es mucho más esforzada, detallista y amable la maldad que la bondad. El diablo invita, regala, se muestra obsequioso, promete (aunque sean promesas falsas). Los ángeles cumplen su cometido de una forma maquinal y desinteresada.
Es fácil sentirse atraído por una tapia, por ver lo que pasa tras ella aunque debamos permanecer en una postura incómoda. Es aburrido, al fin, pensar en la salvación de una escalera.
Por eso, quizá, somos como somos. Desde siempre nos ha fascinado tanto el fuego...
Claro que hay mucho más en este cuento. En realidad tú eres ese diablo, tu cuento es la tapia y los lectores somos Gregorio. Y lo que nos cuentas son muchas más cosas. Cuando me invites a otra pastilla de mentol te las contaré, ja, ja, ja,
Celia